Puertas y vidas.

El susto que se llevó al verlo sentado en el penúltimo escalón hizo que se le escapara un gemido, sin que el otro pareciera reaccionar.
Inmediatamente y ya riendo, quiso lanzarle algún improperio desde el descansillo, pero sus pulmones le traicionaron después de subir por las escaleras hasta el cuarto piso.
© Gustavo Malet photography

¿Dónde has estado estas semanas? logró decir finalmente entre resoplidos. Al no escuchar respuesta, alzó los ojos y al mirarlo se dio cuenta de que algo iba mal. Apresuró los últimos escalones que lo separaban de su vecino preguntándole qué le pasaba. Ya no vale la pena… tengo que regresar… dijo en voz baja como lamentándose, y al posar su mano sobre el hombro para que no se levantara, notó que estaba en los huesos. Mientras marcaba rápidamente el número de emergencias notó que un fuerte olor agrio emanaba de aquel penoso cuerpo, el olor del abandono, la suciedad, el olor de la desgracia.

Rato después observaba entre cavilaciones como los enfermeros lo subían a la ambulancia sobre una camilla, cuando notó que su vecino le hacía señas. Se acercó y, tomando su mano, arrimó el oído en el momento en que el postrado susurraba, los gatos, cuida mis gatos, y la mano soltó lentamente las llaves que aferraba.

Durante las últimas semanas ha estado siempre en su apartamento, pensaba confuso e inmóvil con las llaves colgando entre sus dedos frente a la puerta de su vecino. Con una misión encomendada, se preguntaba cómo era posible que nunca hubiera estado dentro de aquel apartamento sin que le pareciera un hecho extraño, era como un acuerdo tácito entre los dos, apartado en el subconsciente poco después de haberse conocido hace ya más de diez años. Lo veía cada día al volver del trabajo, siempre de sobrio y pulcro vestir, de maneras correctas, incluso cuando se le notaba con varias copas de más. Al fin y al cabo, pensó, la vida privada de cada uno se respeta, dándose cuenta de lo poco que realmente lo conocía.

Introdujo las llaves en la cerradura y empujó la puerta. Lo primero que vio fueron dos grandes ojos amarillos que se asomaban mirándole desde abajo, seguidos poco después por otro par de ojos que se deslizaron curiosos fuera del apartamento. Contempló a sus espaldas como los gatos negros husmeaban sobre el rellano, y con algo de timidez, decidió entrar. El pasillo estaba oscuro y a los pocos pasos sintió sus pies sobre lo que parecía una alfombra húmeda, al tiempo que el mismo olor agrio y ácido que percibió en su vecino ahora penetraba con fuerza en sus pulmones. La atmósfera era tan pesada que sus ojos empezaron a irritarse mientras buscaba a tientas el interruptor de la luz y cuando sus dedos lograron encenderla, su mente no comprendió lo que sus ojos vieron.

Al mirar hacia abajo, pudo distinguir que la alfombra imaginada era en realidad un manto de hojas de periódico y excreciones de gato que se extendía por todo el suelo, capa sobre capa de inmundicias acumuladas durante mucho tiempo y sin embargo, quizás presa del morbo, el asco no le impidió dar los siguientes pasos en la dantesca escena. Las paredes originalmente blancas, mostraban un tono amarillo oscuro salpicado de grandes manchas de humedad y algunos cuadros de bodegones oscurecidos colgaban suspendidos en el tiempo. A mano derecha, estaba la entrada de la cocina y después la del baño, al final del pasillo se veía la puerta casi cerrada del dormitorio. Se asomó a la cocina sin saber que esperar y vio que la única ventana de la misma estaba totalmente empapelada, impidiendo que la poca luz exterior penetrara en el lugar.

Pero la luz no era lo único que no podía entrar en aquel recinto. Rodeado de una iluminación naranja mortecina, leyó lentamente junto a sus pies la etiqueta de una lata de comida para gatos, y frente a ella, una pila de latas vacías se alzaba extendiéndose por toda la cocina, como un profundo mar oscuro y oxidado que lo cubría todo impidiendo el paso más allá del marco de la puerta. Solo sobresalían los quemadores del fogón en la mitad de la habitación, como una tétrica obra de arte, y a un lado se dejaba ver el encimero con algunas ollas, platos y elementos indescriptibles, esperando un destino incierto que su dueño aun no les había dictado.

Con los ojos irritados pero muy abiertos, decidió seguir adelante fijándose en la puerta del dormitorio al término del pasillo. Caminó rápidamente y acabó de abrir la puerta de la habitación, encontrándose con un paisaje parecido al anterior. Ventanas empapeladas con periódicos o telas que oscurecían el dormitorio, suerte de cementerio de todo tipo de desperdicios separados como si estuviera reciclando, montañas de botellas de vidrio, columnas incontables de periódicos, revistas y papeles sueltos, más allá, ropa, trapos, tapices, paños, y en medio de todo aquello, una cama forrada de desechos, acaso usada solo por los gatos, pero única prueba fehaciente de que se hallaba efectivamente en la alcoba.  Mientras volvía sobre sus pasos para salir del apartamento, echó un vistazo a la puerta cerrada del baño, pero ya no podía detenerse, solo quería alejarse tratando de imaginar en qué lugar de aquel escenario su vecino podía dormir.

Las palabras retumbaban en su cabeza, hepatitis, murió por hepatitis y una desnutrición avanzada, era muy tarde cuando fue ingresado hace dos días, le informó una enfermera, por el estado en que estaba, pareciera que se estaba suicidando lentamente, conoce usted algún familiar del fallecido? preguntó ella mirándole a sus ojos. No, somos… éramos viejos conocidos.

Dicho esto, dio las buenas tardes y se alejó.

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